domingo, 28 de septiembre de 2008

Muerte de la Rubia Morena

La he logrado encontrar tras pasarme años en su busca,
la miro, la siento, la amo, pero acercarme me asusta.
¿Se habrá olvidado de mí? ¿Recordará que un día fuimos uno?
Quién sabe si sentirá lo que sintió, aunque francamente lo dudo.

En noches de lluvia y en días resplandecientes fue mía,
la besaba, la rodeaba con mis vagos brazos, la amaba, pero ella… ella sólo me quería.

Como les comentaba antes encontré su cuerpo,
la observé desde los pies hasta el pelo esbelto y luengo,
difícil admirar su color, no sé si sus mechas
eran castañas, rubias o morenas.

No comprendía el motivo pero mis piernas iban hacia ella,
intenté pararlas a cada paso, vano esfuerzo.
Sus recelosos ojos me pararon en seco,
mas me volvieron a acercar sus caderas.

A menos de un metro la miré fijamente, no fue necesario decir hola,
volvió a agarrarme y a mordisquearme una oreja,
le mentí y le dije que tenía nuestra habitación de hotel,
fuimos correteando, jugando y nos besamos en cada farola.

Al llegar al hotel más cercano, tras dos horas de trayecto,
haciendo gala de mi fortuna reservé la peor habitación de todas,
nunca pensé que la escasez me trajese tantos recuerdos,
recuerdos de una noche en que perdí a mi única pareja.

Esta vez al día siguiente no se fue,
tras una noche mágica, loca y, créanme, poética,
ignoré todas y cada una de mis lecciones de ética
y acabé con su vida pero antes de todo la amordacé,
la até, la golpeé y a ninguna de sus quejas contesté.

Con uno de sus mechones de pelo en la mano me entregué a la policía,
ella me lo había quitado todo, qué menos que quitarle la vida.

Ahora escribo estos versos desde mi celda
pensando continuamente en ella,
no se preocupen, antes de ver las estrellas
me reuniré con la Rubia Morena.